Sirius Black estaba rondando, en su forma animaga, las afueras de San Mungo. Por una casualidad se había enterado de que ese día Harry era dado de alta en San Mungo, y quería ver si su ahijado estaba bien... y también quería ver a James. El día en que habían dado de alta a James, el no había podido verlo, y Sirius estaba desesperado por ver a su hermano despierto. Empezó a caminar frente a la vidriera en donde estaban los maniquíes, una y otra vez pasó frente a la vidriera. ¿como estaría James? ¿estaría bien? ¿ya se habría enterado de todo lo sucedido? ¿ya se habría enterado que Lily ya no estaba con el? Esperaba que si... y que se lo hubiera tomado bien. Cuando ya llevaba 20 minutos esperando, los maniquíes se corrieron para dar paso a un hombre de pelo castaño claro con ojos color miel. Detrás de el venía un hombre sonriente de pelo negro revuelto, y unos anteojos redondos que daban paso a unos ojos color avellana. Abrazado por el hombro tenía a un mini-el. Era exactamente igual al otro hombre, solo que tenía los ojos verdes. Eran Remus, James y Harry. De la nada, en la vereda de la calle, apareció un auto del ministerio, de color morado. Antes de que James, Harry y Remus, se subieran a auto, Sirius se acercó a James fingiendo ser un perrito hambriento que pedía comida. James, al sentir la cálida respiración del perro en su mano, antes de subirse al auto, sonrió y les dijo a Harry y a Remus, que ya estaban dentro del auto:
-esperen... creo que se me cayó algo cuando cruzamos la vidriera... lo busco y vuelvo.
Cerró la puerta del auto y se acercó a un matorral que estaba cerca de la vidriera que daba a la entrada de San Mungo, se arrodillo y le hizo señas al perro para que se acercara.
Sirius se acercó despacio, y se puso frente a James, quedando sus caras a la misma altura. James lo miro por unos minutos que parecieron eternos, le sonrió y Sirius pudo ver como una lagrima rodaba por su mejilla.
-Canuto... no puedo creer que seas tu-le dijo.
¿Canuto? no lo podía creer... ¡James lo había reconocido!
-si... se que estas pensando... te reconocí... hagamos algo... ¿puedes llegar a Hogwarts rápido?-le preguntó.
Sirius asintió con la cabeza.
-bien... espérame en la casa de los gritos, perdón si me demoro un poco, pero tengo que asegurarme de que Harry este acostado, por orden del doctor, y que Remus no me siga. nos vemos amigo- abrazó al perro se levantó y se dirigió al auto, y antes de abrir la puerta, sonrió. Abrió la puerta, se metió en el auto, la cerró y el auto partió.
¡James! lo había reconocido... tenía que darse prisa para poder aparecerse en Hogsmeade. Se escondió detrás de unos matorrales, se convirtió de nuevo en humano y se desapareció, apareciendo 2 segundos después entre unos matorrales en Hogsmeade. Se convirtió en perro y empezó a correr lo más rápido que podía a la casa de los gritos, tomaría el atajo por el sauce boxeador.
No cabía en si de felicidad, mientras corría, pensaba que ese día era el mejor día que había tenido desde hace 13 años. James le creía... James Potter le creía... ¡lo había llamado amigo!. Volverían a ser los amigos inseparables que eran cuando jóvenes... En menos de !0 minutos llegó al la entrada del atajo a la casa de los gritos por el sauce boxeador. Agarró una ramita con la boca y apretó el nudo que hacía que el árbol se quedara quieto. Cuando se quedó quieto, pasó rápidamente y 2 minutos después, ya se encontraba en la habitación donde había tenido que acompañar a Remus en todas sus transformaciones. Volvió a su forma de humano y empezó a caminar por la habitación, esperando intranquilo la llegada de James.
Pasaron 10 minutos, 1 hora, 1hora 30minutos... ¿y si James no llegaba? Se empezó a desesperar pensando que tal ves su amigo no llegaría. Pero entonces, la puerta de la habitación se abrió dando paso a un hombre de cabello negro alborotado y de anteojos negros, que respiraba agitadamente, que se ponía las manos en las rodillas mientras tomaba aire, y que con voz ahogada decía:
-lo...siento Harry...quería...acompañarme a... cualquier parte que fuera... le terminé dando... la excusa de que iba al baño.- cuando recuperó el aire, levantó la cabeza, miró a Sirius, y sonrió.
-no has cambiado nada viejo amigo...-se le acercó y lo abrazó con fuerza.
Sirius no podía hablar, estaba tan emocionado que sentía que se hablaba, se desmayaría. Le devolvió el abrazo con fuerza, y, con la voz ahogada por las lagrimas, preguntó:
-¿tu... me crees?
-por supuesto Sirius, claro que te creo-respondió James.
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